Tu palabra contra la mía




Tu palabra contra la mía.
Literalmente.
Tu palabra contra la mía.
Desde hace un tiempo el tiempo de disputas se quedó sin tiempo para disculpas.
Y es terrible, la verdad, un axioma salvaje que nos sale de las entrañas, con la saliva golpeando nuestros ojos y la lengua envasando salvedades al vacío. ¿Dónde quedó el murmullo arrullador con el que arropábamos nuestros escombros? ¿O la fuerza limpia, la buena? ¿Así de flojito nos vamos? Justamente. Como dos túneles mal iluminados que se pierden en las pupilas de un si acaso.
Si acaso te hago caso, te llamo, te perdono, me disculpo y me avellano.
Si acaso me re [sic]. Refuerzo mis entrañas, retomo mi causa, reconstruyo lo nuestro rememorando que me amabas. Recapitulemos: ¿amas o amarras? Porque retiras noblemente el resto de infancias. Tu infamia era entre bisontes y guisantes; la mía, entre limones y alcaparras. ¡Las distantes naturalezas se nos mudan! Nos vemos así, nos vamos flojito. Sin regar, con el cuerpo cedido bajo el sol y los lomos muy mates.
Siempre que cierras una ventana —«para que no nos oigan los vecinos»— abres una puerta «porque no aguanto más». Y es que el aire ahoga cuando se encierra en una casa más pequeña que una jaula. Hace un tiempo que ya no volamos y nos hemos limitado a graznar. Ya no haces las maletas: las tiras, a ver si rebotan en los árboles y todas nuestras cosas se van lejos, porque el "re" es poderoso e irrebatible, y recorre mucho pero jamás retorna. Nos estamos quedando ciegas con tanto a ver si. A ver si la culpa va a ser mía, a ver si creces, a ver si te das cuenta. De que esto es una guerra sin cartel y solo jaula, de que cuando golpeamos la mesa se vuelan las cartas y renacen todos los "re" sin ningún bando.
Tu palabra contra la mía.
Literalmente.
Tu palabra contra la mía es un eco que queda retumbando.
«A ver si revientas» me dices.
 «A ver si regresas» respondo.

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