Funambulista de nubes

"El funambulista". Obra de Kiko Rodríguez.




El pequeño Jorge nació entre los restos de un pueblo a orillas del desierto de Sonora. En aquel rincón del mundo sólo quedaba un puñado de habitantes; los demás habían emigrado, huyendo de los cárteles de droga y de las fuerzas militares que custodiaban la frontera, más conocidos como “los cholos” y “la migra”. 
Los padres de Jorge murieron pocos años después de que éste naciera. A veces, en los desiertos, pasa que las personas desaparecen o aparecen durante las tormentas de arena. En el caso de Jorge, sus padres se fueron de golpe, como la lluvia, sin que nadie se diera cuenta. Algunos dicen que fue el sida, otros que la pena... El Cuate aseguraba que fue una mezcla de ambos. Manuel el Cuate era el tío de Jorge, un hombre extraño con los ojos rasgados y astutos. Nadie sabía a qué se dedicaba, pero siempre andaba cruzando la frontera. Entre sus idas y venidas fue criando a su sobrino. Le traía ropa, comida e historias increíbles de la tierra de los sueños y los héroes. Su historia favorita era la del funambulista:
Era chaparrito como su apellido y ligero como un junco contaba el Cuate—. Philippe Petit desafió a la gravedad y al gobierno cuando cruzó de una torre a otra sobre una cuerda. Nada de arneses ni de redes, solo una vara larga para hacer equilibrio. Debes saber que las torres eran tan altas que perforaban el cielo.
¡Chale! Jorge había oído la historia mil veces, pero siempre se sorprendía ¿Y no tenía miedo?
¿Miedo? ¡Jamás! El funambulista cruzó varias veces, bailando sobre la cuerda y hablando con las gaviotas. Se reía de los policías que querían detenerle y de las personas que se congregaban en las banquetas con la boca abierta. Estaba por encima de todos ellos, por encima de las nubes y de los sueños azules de la gente.
—¡Algún día yo también caminaré sobre las nubes! prometía Jorge entusiasmado.
El chico lo intentó muchas veces, ayudado de cubos y de tablones del gallinero, pero no era suficiente. Un día, buscando más altura, cogió su vara larga y se subió al gran muro que dividía el desierto de Sonora y la tierra de los sueños. Sintió la caricia del viento y un miedo que le envolvía el estómago y el corazón. Nadie sabe qué ocurrió después, si fueron los cholos o la migra quien disparó, pero a Jorge le desapareció el miedo a las alturas. La vara rodó sobre la arena, dejando un golpe sordo y un reguerillo de sangre. Un grupo de pájaros salió volando, por encima de los sueños extraños de la gente.

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