Alicia Liddell abandona el País de las Maravillas para contraer matrimonio
Un pastel en los labios, un olvido
con nata en la memoria de la frente. De chocolate y oro la pendiente del seno, las ardillas del vestido. La bizarra silueta de un bandido en los ojos. La imagen balbuciente del aquel primer amor, su negligente porte de adolescente forajido. Fresas y soledad en las mejillas, celofán de los hombros, tulipanes de brisa y risa y mar y tierna veda de minúsculos tigres, o abubillas al acecho de fieros gavilanes. El cremoso susurro de la seda.
(1978)
Luis Alberto de Cuenca
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