Autopsia de un latido


Fui a dar con mis latidos a una muerte lenta y jaranera;
en tanto que mis venas tropezaban y caían,
yo volaba bien alto como si mi vida
no fuera conmigo.
No quise evitarlo, tampoco podía,
                                    ¿acaso respiran los cigarros?]

La noche se cernía sobre las medusas y los párpados azules,
la arena subía y bajaba sobre nuestros cuerpos
como marea danzando con la luna.
Mis manos atadas por tus manos,
tu boca a una palabra de la mía.
Llovió sobre la mar sin tocarla, empapando el arpa
que sostenía un muchacho desnudo enviado
por Casiopea.
Condenada...
Yo le miré y le dije: “tenme esto un momento”,
y dándole mis miedos y principios
rompí
la eternidad
con un beso leve.

Había pececillos de plata, ¿te acuerdas?
retozando en nuestra saliva,
el oxígeno avanzaba y retrocedía cabalgando los pechos
con cascos oxidados,
y el     sexo      se         proclamaba                  triunfante
con un sabor a café fuerte.
Tu piel
tu piel con la suavidad de las almendras,
abriéndose como un durazno bajo mis yemas.
El hueco de tu clavícula clavado en mi lengua,
tus ojos mirándome con yuca salvaje,
de caballo tostado, de azabache indomable...

Atravesarás mi vida a la ferocidad de la luz,
el tiempo sedará y acelerará nuestros latidos taquicárdicos
en un fuego que arderá rápido,
que
se
consumirá
despacio,
para que nosotras resurjamos como dos aves fénix
de aquella arena que nos abrazó una madrugada.
Y de madrugada nos iremos, y en nuestra autopsia,
entre escombros
de una coraza y un muro]
los forenses encontrarán atónitos a un muchacho desnudo,
aguantando miedos y principios
que nunca más reclamamos.








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