La presencia del somormujo
Skin #1. Obra de Rosanna Jones. |
A veces un sorbo basta. Alzar un
vaso con el canto del somormujo y mirar al trasluz a ver qué pasa. Mi cuerpo se
reúne alrededor expectante, y se esparce hacia todas las primaveras planas. Que
no... que no sé decir con la lengua sin el sorbo previo, sin notar una
cosquilla que se convierte en casquillo cuando libero la palabra al tambor de
un chasquido. La bala hace daño a los de arriba, pero el retroceso es el que
manda más lejos, el que al final me aisla. Por eso cuando abro los ojos me
encuentro sola y hay un páramo en mi vientre. Así me desvisto en silencio, que
es lo que hacen los que no saben estar en sociedad y han dicho la muerte.
No era necesario venir, pero toma
asiento. Otro trago, para ser profundos. Luego el gracias.
El día en que mi madre se hizo mi
madre se llevó la mano a la cabeza y dijo dos palabras. No se la llevó al pecho
ni al ombligo, no. Se la llevó a la cabeza porque ya entonces me gustaba quemar
ahí. El médico, en cambio, dijo una sola palabra que era mucho más contundente
que las de mi madre y que no voy a decir aquí. Le dio un delfín de espuma, que
tranquiliza en los abortos, y se fue. Así que vine sin que hiciera falta que
viniera, fui yo como pudo ser cualquiera o un montón de ausencias. Y vine a
celebrar mi grieta, con la palabra en la boca, con esta caravana gitana y este
rayo en la mesa. Tengo una madre que se encogió de hombros y me parió con el
re. Se recostó en la camilla, redobló su fuerza, reunió valor para rechazar a
la muerte y me recibió reventando en un grito que retumbó en las paredes sin
resquicio de rencor ni remordimiento. Cuando se recompuso, recogió su bolígrafo del suelo, reemprendió la madrugada y, mirando el reloj, dejó en un renglón rectísimo mi nombre y su recuerdo.
Recapitulemos.
Gracias por venir es algo que se
dice por educación, no por lógica. Al fin y al cabo para venir solo hay que
desgarrar un poquito de carne, chupar y vivir de polvos. El nombre te lo dan
plastificado, para que no le salpiquen manchas, porque el mundo es así de sucio,
y el nombre es lo más difícil de limpiar. Hay que proteger a la palabra. No he reparado en tu presencia. Tampoco he reparado la mía en todo este tiempo.
No me queda somormujo ya. No esta
noche. Voló el pájaro otoñal. Deja de ser divertido ceder al embrujo de un
trasluz tan opaco como el serrín. Hay que tocar madera. Más tarde o más
temprano hay que tocar madera. No era necesario que vinieras pero será
necesario que te vayas, eso sí. Y cuando lo hagas toca madera y dime si es
buena y si huele a bosque y si es de tu talla. Es importante la talla, por
vestirla para siempre. Se desnudará tu nombre porque ya no habrá manchas y lo limpia solo la muerte. Todo será orgánico y el delfín de espuma oleará la
mar y entonces solo quedará la palabra y el silencio... ah, y el gracias.
Gracias por venir.
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